sábado, 16 de julio de 2011

Camino en el desierto

 AVE MARIA

Camino en el desierto

El desierto propone el secreto que lleva a conocer una pedagogía que le es propia y le pertenece. Es útil y oportuno recordar las distintas experiencias narradas en la Biblia. El mísmo Jesús se preparó en el desierto durante 40 días y se retiraba a orar en soledad. El desierto es un gran lugar de caracter teológico. En el desierto, Dios se revela y entrega su nombre como gesto de presencia cercana y amiga. En el desierto, Dios hace su Alianza con su pueblo elegido y alimenta a sus seguidores con manjares misteriosos.
Es en el desierto, donde los que se animan a estar con Dios experimentan las tentaciones del demonio. En él se puede recuperar el primer amor esponsal. Allí en el desierto se siente la fuerza silenciosa de Dios, presente en el suave susurro de la brisa. Moisés, Oseas, Elías pasaron por las aulas del desierto. San Benito, San Bruno, y tantos otros siguieron los pasos de Jesús en ese mismo lugar.

En el desierto, se hace presente el lugar del orante y el contemplativo. Es allí en el desierto donde el ermitaño aprende a habitar también consigo mísmo, vivir la interioridad y descubrir los secretos del corazón, lugar de residencia del Paráclito. En ese desierto se acepta la realidad personal cruda. Ayuda a vivir la en la verdad y la autenticidad, contrarias a la superficialidad de lo pasajero. El desierto es el sabio silencioso que enseña la ambiguedad y la fragilidad del corazón humano. Lugar donde se conoce la misericordia y asistencia del Señor. 

ANÓNIMO
 caminodelanacoreta.blogspot.com/2009/11/camino-en-el-desierto.html

miércoles, 13 de julio de 2011

Jaume Boada i Rafí O.P.



Peregrino del silencio  

Contemplación y silencio
El peregrino del silencio, para poder avanzar con alegría, sin prisas inquietantes y sin pausas adormecedoras, debe abandonar al lado del camino las propias evidencias y, con ellas, la tentación por la eficacia.
Hay expresiones comunes entre los orantes que deberían desterrarse. Por ejemplo "hacer oración". ¿Es que la oración se hace, o se fabrica a base de pensamientos, palabras o actitudes? ¿Es que la oración la puedes hacer tú?
Yo diría, más bien, que la oración se vive o, en todo caso, se recibe como un don.
Nuestra actitud orante tendrá que estar definida por la donación, la entrega, la expresión de amor y también la escucha, la espera, la mirada y la atención.
¡Qué poco sabemos de Dios! Sí, sabemos poco porque hacemos "nuestra" oración. Hablamos y no escuchamos. Decimos y no miramos. Buscamos darnos y no esperamos.
Ante el misterio de amor que es Dios, al peregrino contemplativo sólo le cabe abandonarse en un gran silencio, a la espera de la palabra. Es el camino del silencio prolongado, lento, lleno de amor y entrega y, también, lleno de la paz de quien tiene bastante con estar amando, mirar gozando, y suplicar esperando.
Señor: te amo, te espero, te ansío, te busco, te espero. Ven, Señor, ven. Maran atá.
Tienes las puestas de mi vida abiertas de par en par. Llénalas de luz y de amor. Todo es tuyo, solo tuyo. Quiero ser un solo "todo en ti".
Llega un momento en la vida del orante en que descubre que el mismo silencio elocuente de su alma abandonada y entregada, abierta plenamente al amor, es ya, en sí misma, oración.
Sí, amigo peregrino: no lo dudes. Tu silencio es tu mejor oración. No hagas "tu" oración. Prepárate, abandónate y espera, calla. Dios hace en ti la oración. Así estás haciendo camino para conocer a Dios.
Es esta una etapa de la vida contemplativa a la que se accede después de un largo y lento proceso de purificación de la propia vida y oración. El peregrino del silencio llega a ella a base de esfuerzo pero, sobre todo, gracias a la conducción del mismo Espíritu Santo, a la obra de su gracia, porque es Él quien, en verdad, hace el camino en el orante.
Por este motivo, el peregrino del silencio descubre que aprender a orar es aceptar la pobreza de callar y sentir el silencio. Es éste un silencio que, a la larga, resulta elocuente.