miércoles, 13 de julio de 2011

Jaume Boada i Rafí O.P.



Peregrino del silencio  

Contemplación y silencio
El peregrino del silencio, para poder avanzar con alegría, sin prisas inquietantes y sin pausas adormecedoras, debe abandonar al lado del camino las propias evidencias y, con ellas, la tentación por la eficacia.
Hay expresiones comunes entre los orantes que deberían desterrarse. Por ejemplo "hacer oración". ¿Es que la oración se hace, o se fabrica a base de pensamientos, palabras o actitudes? ¿Es que la oración la puedes hacer tú?
Yo diría, más bien, que la oración se vive o, en todo caso, se recibe como un don.
Nuestra actitud orante tendrá que estar definida por la donación, la entrega, la expresión de amor y también la escucha, la espera, la mirada y la atención.
¡Qué poco sabemos de Dios! Sí, sabemos poco porque hacemos "nuestra" oración. Hablamos y no escuchamos. Decimos y no miramos. Buscamos darnos y no esperamos.
Ante el misterio de amor que es Dios, al peregrino contemplativo sólo le cabe abandonarse en un gran silencio, a la espera de la palabra. Es el camino del silencio prolongado, lento, lleno de amor y entrega y, también, lleno de la paz de quien tiene bastante con estar amando, mirar gozando, y suplicar esperando.
Señor: te amo, te espero, te ansío, te busco, te espero. Ven, Señor, ven. Maran atá.
Tienes las puestas de mi vida abiertas de par en par. Llénalas de luz y de amor. Todo es tuyo, solo tuyo. Quiero ser un solo "todo en ti".
Llega un momento en la vida del orante en que descubre que el mismo silencio elocuente de su alma abandonada y entregada, abierta plenamente al amor, es ya, en sí misma, oración.
Sí, amigo peregrino: no lo dudes. Tu silencio es tu mejor oración. No hagas "tu" oración. Prepárate, abandónate y espera, calla. Dios hace en ti la oración. Así estás haciendo camino para conocer a Dios.
Es esta una etapa de la vida contemplativa a la que se accede después de un largo y lento proceso de purificación de la propia vida y oración. El peregrino del silencio llega a ella a base de esfuerzo pero, sobre todo, gracias a la conducción del mismo Espíritu Santo, a la obra de su gracia, porque es Él quien, en verdad, hace el camino en el orante.
Por este motivo, el peregrino del silencio descubre que aprender a orar es aceptar la pobreza de callar y sentir el silencio. Es éste un silencio que, a la larga, resulta elocuente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario