domingo, 16 de octubre de 2011

SILENCIO: Un conocimiento más profundo de Dios y el terror del alma


sábado, 8 de octubre de 2011

SILENCIO: El trabajo espiritual se hace en Soledad




El riesgo de la soledad absoluta: el eventual encuentro con la locura. Quizás se tiene miedo de la soledad porque se tiene miedo de volverse loco. ¿Por qué loco? Porque las cosas se disipan. De repente la mirada ve, el oído escucha. Un cartujo del siglo XII lo expresa, y yo comento su texto: "cuando me retiro, cuando estoy en soledad, cierro los ojos, no hay nadie alrededor mío, ningún ruido, ningún sonido. Escucho el murmullo del silencio. Y ese silencio es atravesado por gritos, por vociferaciones; son los animales que tengo en mí." En la soledad me veo. En la soledad me encuentro, me conozco.

La soledad es un espejo. Y ¿quién soporta el tener un espejo ante el rostro? Se dice a menudo y se repite que el conocimiento de sí es el más difícil de los conocimientos; la ciencia de las ciencias, el conocimiento de los conocimientos. Si uno está muy sobrecargado, si uno ve muchos rostros, si uno se mantiene en una conversación perpetua, un parloteo exterior o interior, uno no se ve. Se ve a los demás, los rostros las mímicas, pero uno no se ve. La soledad es un espejo. Un espejo excelente, un espejo que retiene todo.

Entonces uno se ve, y se siente horror. ¡Horror de sí! ¿Por qué? Porque uno ve su pobreza, su miseria, cuando lo que habría que ver sería la belleza propia. Convendría ver la grandeza. ¿Por qué una grandeza? ¿Por qué el esplendor? Porque el ser es portador de luz.

El hombre, hasta el ser humano más lastimoso, lleva en sí la imagen divina, la chispa divina. Es un recipiente de luz, de belleza. En la soledad, el hombre su coge su acuerdo con el cosmos. Comprende que él es un microcosmos, que él lleva al macrocosmos en sí. Él es Tierra, él es Aire, Agua, Fuego. Contiene las plantas, el árbol, la flor, los animales, el pájaro y la serpiente. Es un ser humano. Él puede llegar a ser un ser humano completo.


 Marie-Madeleine Davy



martes, 20 de septiembre de 2011

LA NECESIDAD DEL SILENCIO



El alma es un laberinto de pensamientos y sentimientos. Todo el día estamos construyendo una realidad que para muchos es una locura,  pues nos regimos por leyes tan ajenas a nosotros mismos que en un momento dado colapsamos.
Nuestra alma debe sentirse como un ave en pleno vuelo, experimentar la libertad y la grandeza de la creación, la cual deseamos tragarla en un solo respiro, dejando que la brisa toque todo nuestro ser y como un aire fresco el silencio reconforte nuestro ser tan fatigado de momentos y de pensamientos, de sucesos que como una cadena va uno detrás del otro incansables e interminables.
Todo cambia cuando nos encontramos en el verdadero silencio, nuestra alma se eleva, trasciende a dimensiones inimaginables, descansa y sueña. Qué estado mas hermoso el de la soledad y el silencio. Creo que el alma al ser creada en el silencio profundo de la eternidad, experimenta la eternidad cuando vive en el silencio, toda palabra que proviene de la sabiduría eterna se logra percibir, nos encontramos con lo que verdaderamente somos, experiencia que transforma y nos vuelve al verdadero camino, es como encontrar un oasis en el desierto. Hoy debemos poseer almas de ermitaños en medio de estas moles de cemento, para no perder la esencia que desde la creación poseemos y que se manifiesta tras el cese de todo ruido, de todo sonido que entorpezca la armonía interior.  Qué dulce es el silencio.

sábado, 6 de agosto de 2011

DEJARSE ENCONTRAR POR EL DIOS QUE NOS HABITA


(Meditación a partir de la película El gran silencio, de Philip Gröning)


Llega la Cuaresma y todo buen cristiano que se precie, todos nosotros, nos apresuramos a hacer nuestros propósitos de conversión o mejora de aquellos aspectos de nuestra vida que andan un poco descuidados y que hacía tiempo que queríamos corregir, superar o mejorar. Intensificamos la oración, hacemos algún retiro, nos privamos de algún bien material por ascética y por solidaridad, leemos más frecuentemente la Palabra de Dios... Lo normal. Tradicionalmente, la Cuaresma nos reclama, desde el miércoles de ceniza, limosna, oración y ayuno (cf. Mt 6, 1-6.16-18). 
Lo cierto es que la liturgia cuaresmal, con sus lecturas, sus oraciones y alguno de sus prefacios nos sitúa ante un precioso itinerario a recorrer: el mismo camino de progresiva libertad que recorrieron los israelitas durante cuarenta años, al salir de Egipto, a través de un inmenso desierto hasta llegar a la tierra prometida. El mismo que anduvo Jesús hasta entrar en Jerusalén y entregar allí su vida para verla recobrada nueva, resucitada, de las manos del Padre.  

Nosotros queremos proponer vivir intensamente los cuarenta días y cuarenta noches de esta Cuaresma iluminados por las inspiraciones que arroja sobre la vida cristiana una película que, contrariamente a todas las previsiones razonables, ha resultado todo un éxito en Alemania, Italia, e incluso en nuestro país que, “oficialmente”, se jacta de su secularización. Nos estamos refiriendo a la película documental El gran silencio, del director alemán Philip Gröning. Espléndida película que recomendamos vivamente a nuestros lectores. Eso sí, es preciso verla en absoluto silencio, con actitud contemplativa, sin juicios sobre lo que vemos, dejándonos envolver por la belleza de la imagen y el estado puro de sonidos cotidianos que ya no estamos acostumbrados a escuchar: pasos, el canto de los pájaros, el viento agitando las ramas, las gotas de lluvia... Y es preciso verla sin prisas. Son casi ciento ochenta minutos de escenas aparentemente repetitivas, que la distinta mirada del autor y del espectador convierte en nuevas.  
Cuando vi la película, inmediatamente se me ocurrió que había allí muchas pistas que podían resultarnos “útiles”, a los que estamos rodeados y “avasallados” por el mundanal ruido, las prisas, y unas agendas que necesitamos repletas para sentir nuestra vida valiosa y justificada. Pistas para vivir con más calidad nuestra vida humana y cristiana. Así pues, os propongo meditar cinco de las llamadas o reclamos que yo experimenté viendo El gran silencio. Cinco luces que pueden alumbrar nuestro camino de Cuaresma y toda nuestra vida, en la que somos llamados a dejarnos encontrar por el Dios que habita nuestro recinto interior.
 


http://www.discipulasdm.org/oracion/retiros/retiro_el_gran_silencio.htm

sábado, 16 de julio de 2011

Camino en el desierto

 AVE MARIA

Camino en el desierto

El desierto propone el secreto que lleva a conocer una pedagogía que le es propia y le pertenece. Es útil y oportuno recordar las distintas experiencias narradas en la Biblia. El mísmo Jesús se preparó en el desierto durante 40 días y se retiraba a orar en soledad. El desierto es un gran lugar de caracter teológico. En el desierto, Dios se revela y entrega su nombre como gesto de presencia cercana y amiga. En el desierto, Dios hace su Alianza con su pueblo elegido y alimenta a sus seguidores con manjares misteriosos.
Es en el desierto, donde los que se animan a estar con Dios experimentan las tentaciones del demonio. En él se puede recuperar el primer amor esponsal. Allí en el desierto se siente la fuerza silenciosa de Dios, presente en el suave susurro de la brisa. Moisés, Oseas, Elías pasaron por las aulas del desierto. San Benito, San Bruno, y tantos otros siguieron los pasos de Jesús en ese mismo lugar.

En el desierto, se hace presente el lugar del orante y el contemplativo. Es allí en el desierto donde el ermitaño aprende a habitar también consigo mísmo, vivir la interioridad y descubrir los secretos del corazón, lugar de residencia del Paráclito. En ese desierto se acepta la realidad personal cruda. Ayuda a vivir la en la verdad y la autenticidad, contrarias a la superficialidad de lo pasajero. El desierto es el sabio silencioso que enseña la ambiguedad y la fragilidad del corazón humano. Lugar donde se conoce la misericordia y asistencia del Señor. 

ANÓNIMO
 caminodelanacoreta.blogspot.com/2009/11/camino-en-el-desierto.html

miércoles, 13 de julio de 2011

Jaume Boada i Rafí O.P.



Peregrino del silencio  

Contemplación y silencio
El peregrino del silencio, para poder avanzar con alegría, sin prisas inquietantes y sin pausas adormecedoras, debe abandonar al lado del camino las propias evidencias y, con ellas, la tentación por la eficacia.
Hay expresiones comunes entre los orantes que deberían desterrarse. Por ejemplo "hacer oración". ¿Es que la oración se hace, o se fabrica a base de pensamientos, palabras o actitudes? ¿Es que la oración la puedes hacer tú?
Yo diría, más bien, que la oración se vive o, en todo caso, se recibe como un don.
Nuestra actitud orante tendrá que estar definida por la donación, la entrega, la expresión de amor y también la escucha, la espera, la mirada y la atención.
¡Qué poco sabemos de Dios! Sí, sabemos poco porque hacemos "nuestra" oración. Hablamos y no escuchamos. Decimos y no miramos. Buscamos darnos y no esperamos.
Ante el misterio de amor que es Dios, al peregrino contemplativo sólo le cabe abandonarse en un gran silencio, a la espera de la palabra. Es el camino del silencio prolongado, lento, lleno de amor y entrega y, también, lleno de la paz de quien tiene bastante con estar amando, mirar gozando, y suplicar esperando.
Señor: te amo, te espero, te ansío, te busco, te espero. Ven, Señor, ven. Maran atá.
Tienes las puestas de mi vida abiertas de par en par. Llénalas de luz y de amor. Todo es tuyo, solo tuyo. Quiero ser un solo "todo en ti".
Llega un momento en la vida del orante en que descubre que el mismo silencio elocuente de su alma abandonada y entregada, abierta plenamente al amor, es ya, en sí misma, oración.
Sí, amigo peregrino: no lo dudes. Tu silencio es tu mejor oración. No hagas "tu" oración. Prepárate, abandónate y espera, calla. Dios hace en ti la oración. Así estás haciendo camino para conocer a Dios.
Es esta una etapa de la vida contemplativa a la que se accede después de un largo y lento proceso de purificación de la propia vida y oración. El peregrino del silencio llega a ella a base de esfuerzo pero, sobre todo, gracias a la conducción del mismo Espíritu Santo, a la obra de su gracia, porque es Él quien, en verdad, hace el camino en el orante.
Por este motivo, el peregrino del silencio descubre que aprender a orar es aceptar la pobreza de callar y sentir el silencio. Es éste un silencio que, a la larga, resulta elocuente.